Se acaba de romper mi fresco pintalabios rojo. Era nuevo. La barra estaba partida. Qué imbéciles. Una gran mujer no es gran mujer si no lleva sus labios nutridos en rojo.
Duermo, como, me masturbo, mato y desayuno pensando en el dinero. ¿Los pobres? Pena me dan. ¿Los negros? Asco me dan. ¿Los discapacitados? Risa me dan. Existen dos clases de personas; todos ustedes y yo, la ardiente y elegante Señora Melancolía. Admito que sin ustedes mi vida sería triste y funesta, no son especies inferiores por ser peor que yo, ni yo mejor que ustedes. Sino por ambas.
A ustedes, imbéciles deplorables, los que me leen; tengo tres hijos, he estado casada tres veces, soy viuda y tengo una amante. Mi voz es ronca y ruda. Como la de un transexual. Tengo un cuerpo de envidia y calzo un 41. No me creo mejor, lo soy. He dedicado mis cuarenta y nueve años a vivir pisando al débil para escalar y lograr el éxito. No me gustan las cosas sencillas, soy racista, clasista y estilizada.
Enfadada no estoy por el gran error de vender un producto tronchado pues podría comprarme todos los pintalabios rojos del mundo si quisiera. Si me da la gana puedo hasta cautivar a Mark Bezuijen, el director de Margaret Astor, con simplemente la calderilla de mi canalillo.
- Tú señorita, me has vendido una bazofia de pintalabios.
La gorda de la dependienta, se pone nerviosa cada vez que entro pues me dejo miles de euros en la tienda y le han dictado tratarme de manera exquisita.
-Oh, perdone señora…. Le daré uno nuevo. Qué digo uno, ¡le doy dos!
La gorda pareció emocionarse por la brillante idea con la que supo salir del paso. Tenía la piel rosácea y granulada. Sudaba y los pelos del bigote empujando para salir, se veían como puntos negros de roce áspero. Que hedionda.
- No, no quiero más pintalabios. Quiero ponerte una reclamación vaca.
Una vez resuelto el dilema de mi decisión, nos encontrábamos las dos en una habitación de no más de diez metros cuadrados. Sólo había una mesa, una radio y un espejo.
- eh, bueno señora, aquí en la identificación del reclamado usted debe…
- DESNÚDATE.
- ¿Qué? Jijij ¿cómo señora?
- DESNÚDATE SUCIA.
Comenzó a quitarse esas sucias camisas sudadas. Lo que me temía, las tetas eran como una especie de biberón hacia abajo, con tetinas negras y enormes. De ese biberón no bebería ni un desgraciado niño negro.
- Pero señora… ¿por qué me somete a esta vejación?
- CONTINÚA.
Cuando se lo había quitado todo, la puse delante del espejo y apreté el play de la radio.
- BAILA
- ¿?¿?¿?
- BAILA Y MÍRATE AL ESPEJO.
Comenzó a bailar de una manera que ni el león más hambriento le hubiera hincado el diente. Pero qué asco de espécimen.
Me pidió que la matara.
La sangre no es como el agua que al unirse con grasa se separa.
Que nadie se permita venderme nada en mal estado.