lunes, 27 de abril de 2009

Cultura musical




Llegamos al acuerdo de que nos empezaríamos a desnudar a medida que la otra cantara la canción que sonaba. Si no te sabías la canción no veías carne. Sonaba Los Planetas. Lo tenía fácil. Iba con ventaja porque ella no conocía más allá de Rubén Blades o algún rubio-rizado de bulería.
Comencé a cantar y ella iba cumpliendo la norma. No sé ni por qué me iba a follar a aquella cabeza hueca, supongo que era porque al ser tan ignorante me parecía una adolescente en pleno desarrollo y eso me ponía.
Seguía cantando y ella cumpliendo. Era morena y con pecas en la espalda. Cuanto más se desnudaba, más quería cantar y cuanto más cantaba más quería que me enseñara. Sonreía y se le perfilaba un hoyo en el lado superior derecho de su boca. Sólo si la sonrisa era de vergüenza.
Seguía cantando algún deleite de Los Planetas, ya ni sabía cual, me salía sola. Ella poco le quedaba por enseñar y yo lo tenía todo escondido. Esta chica estaba en la edad en la que robar una señal de tráfico y ponerla en su cuarto le producía toda una emoción y le hacía sentir la más rebelde-feliz.
Ahora estábamos en la cama, yo completamente vestida, con zapatos y bufanda y ella completamente desnuda, sin apocamiento ni recato. Me había convertido en una voyeur cantarina.
Nunca un canto mío había producido más que un “¡cállate!”. Parecía que con esta puber podía hacer lo se me antojase. Empezaba a sonar algo de post-rock, ahora nadie cantaría. Esta situación quedaría en tablas. Me gustaba cohibirla e intimidarla.
- Bueno qué, ¿sólo vas a mirarme?
Yo ya no quería follármela, ahora quería humillarla. Una vez vi en una peli porno como una chica se metía un calamar. Yo no tenía calamares en la nevera, pero tenía un par de euros en la cartera. Me apetecía que se metiera euros por el culo. Eso sería como darles una bofetada a todos esos idealistas que defienden que el dinero es mierda. No, no lo es, la mierda sale del culo y ahora el dinero entra por él.
Cuando ya no me quedaban más monedas, la eché de mi casa. Se fue contenta, con los 6 euros que se había metido por el culo en monedas de cincuenta y veinte, le daría para comprarse uno de esos anillos que cambian de color según el estado de ánimo.