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Había una vez un niño. No tenía nombre porque tampoco tenía padres. Tenía una tía. La gente lo llamaba Panal porque lo encontraron recién nacido lleno de miel y sirviendo de casa a las abejas. Todavía se le notan las cicatrices. Panal era asimétrico. Nada de su lado derecho del cuerpo coincidía con su lado izquierdo, bueno sí, alguna cicatriz. Donde en el lado derecho tenía una mano, en el otro tenía un muñón. Donde en un lado tenía un pezón, en el otro tenía dos. Vestía siempre de violeta y le encantaba pintarse las uñas de azul.
La primera palabra que balbuceó fue “vendimia”. Los más católicos dicen que dijo “vírgenmaría”
Panal no sabía leer, pero creó una especie de relación entre palabras y cosas. Memorizó cada palabra y a cada una un objeto. Podía estar leyendo el poema más perfecto de Richard Aldington, que él solo entendía de casas relacionadas con el sol y de niños que jugaban a matanzas.
Pero Panal tenía un secreto. Que nunca sabremos, pero que nos servirá para saber el final de la historia.
Había una vez una niña. Una niña con dos nombres. Tenía una enorme familia y vivía en una mansión. La gente la llamaba Oro porque aprendió a decir sus primeras palabras en una cuna de metal precioso dorado. Su piel era perfecta como la de una princesa. Era realmente bella. Sabía leer, escribir y orar a dios. Su pelo era trigo y sus ojos eran bosque a veces, otras eran mar. La primera palabra que bordeó fue “rojo”. A partir de ahí, sus padres le decoraron todo de rojo. Ella sólo entendía de rojo. Cama roja, paredes rojas, ropa roja, uñas, zapatos, libros, rojo.
Oro estaba cansada de tener todo lo que pedía.
Panal por el contrario se conformaba con todo lo normal o no. Tampoco entendía de normalidad.
Oro y Panal se enamoraron. Oro se enamoró del color violeta, de sus tres pezones, de sus uñas perfectamente cortadas y de su tic en el pie derecho que parecía como si fuera un karateka continuamente en combate. Por el contrario Panal aceptó la situación, sin entender de amor.
Tuvieron dieciocho hijos. ¿el por qué? Todos les salían deformes. Unos con ojos donde deberían ir cejas, otros con la cabeza exageradamente grande y cuerpo diminuto. Hasta uno salió con dos sexos. Realmente fue Oro quien tuvo ese empeño por tener “algo” normal. Cada vez que nacía un engendro se ponía otra vez a crear algo normal. O intentarlo. Para Panal eran perfectos.
Entre ellos no había comunicación. Se hablaban por gestos.
Ahora la única rara era Oro.
Panal hasta toparse con aquella rara, soñaba con dunas en forma de pechos de mujer. Acabó matándola a ella y a sus diecisiete hijos. Se quedó con el de los dos sexos.
Tuvieron muchos hijos, muchos. Todos normales. Al fin y al cabo, Panal era completamente normal para un mundo tan moderno.
1 comentario:
Apoteósico! muy muy grande. Rabo
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