lunes, 20 de abril de 2009

Para desayunar, solomillo y champán.



No entiendo mi tétrico estado mental. Todo lo que pedí, de repente lo tengo. Mi primera dosis… ¡cómo la había ambicionado, pensado, encaprichado! Me conformaba con ello tanto como sería mi conformidad si me regaran ahora mismo cincuenta mil euros. Pero ese acorde era antes de alcanzar mi dosis nº 1. Después de ella, quería más, claro está.
Por mi segunda porción tuve que guerrear más. Pero llegó. La dosis nº 2 me regaló la dosis nº 3. Y la cuarta vino sola.
Después de cualquier dosis, antojo, empeño, me repetía a mí misma, que con una más sería suficiente. Así si que sería dichosa. Pero cuanto más tenía más quería. En este momento me encuentro en la cuarta. Ahora ya no sé si quiero más o quiero que pare. ¡Por supuesto que quiero más! Es como la cantidad de burbujas que pueden salir de un lambrusco. Una dosis, es cuando se sirve el vino en la copa. Yo soy el lambrusco y las millones de burbujas que pueden salir de mí cada vez que me derramo, son los pensamientos, ansias, codicia o ganas de tener mi nueva dosis quinta y que debo controlar...
Por mí, me derramaba entera.
Como el simio, ahora las sonrisas que pueden salir del morapio las considero agresión. Me convertí en un gorila.
Y Morrissey sigue cantándome, creo que es por su culpa. Todo es culpa de Mozzy.
Voy a vomitar, regurgitar, echarlo.
Ya tengo la solución; me compré unos alicates y un cuchillo. Me abriré la cabeza y me sacaré esa pretensión de mi cabezón con mis propias manos. Coseré y luego bailaré algo de White Rose Movement.

Si no, disfrutaré tanto las dosis como un buen lambrucio de Emilia-Romagna.

1 comentario:

JR dijo...

me toca acicalar mi cueva, quitar su suelo de arcilla y enmoquetarlo de civilización, y las pinturas rupestres seran pornográficas segun los nuevos arqueologos miserables del desapego.

ehhh, que conste que siempre quise ser un neolítico.

besos